El placer

Acariciabas desde el sillón
el cuello del placer,
tan delgado como la nuca
de un galgo.
Lo habrías podido estrangular
con un golpe certero,
pero el latido inocente
a merced de tu mano,
aún te llevaba
a habitaciones vacías,
de cuyas paredes
tu tiempo chorreaba.

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