El espejo

Sus actos eran ráfagas
sin forma,
como estrías en el cielo.
Le gustaba perderse
entre la gente:
ventajas de la ciudad
y del anonimato.
Un día alguien
se prendó de su andar
descarnado,
en zapatones.
La sujetó delante del espejo:
belleza montaraz,
entre aceras y coches,
asustada de verse
descubierta.
Ella le ofreció una sonrisa,
escogida entre todas
las palabras,
y en una tarde larga,
como la vida,
jugó a imaginarse suya.

Comentarios

Rafael Arenas García ha dicho que…
¡Ah, esas tardes largas como la vida! Sigo pensando que tienes algo muy especial. Me gusta.

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